sábado, 31 de julio de 2010

Ne me mori facias



Me acerco muy despacito hasta donde están. Las empiezo a mirar con cuidado, a pesar de que ya las conozco muy bien en cada una de sus posturas, de sus formas: y otra vez me baja por el pecho ese calor deforme como respiración leprosa que avanza por mis venas y toma su deliberada rígidez.
Las sigo mirando, trato de meter medio cuerpo por la puerta, el picaporte frío me duele en la cintura; ya se han despertado.
Entonces qué importa, me reconocen al instante, saben que hoy no podía pasar el de 8 a 12 sin asomarme aunque sea sólo para molestar.
No disimulo nada, entro y me acuesto ahí también. Son irresistibles, no las puedo ver más. Saben bailar, saben mirar con la elocuencia propia de los que saben qué me gusta y qué no; saben pasar sus dedos por mi pelo sin que se enreden nunca; y también saben ocupar el lugar de otros.
Algunas noches ellas toman la iniciativa y me sientan en medio de la pieza a oscuras y traen de sus viajes los mejores dolores envueltos en papel de seda, o me cuentan las veces que salían a perseguir niños aterrándolos con su altura de sueños y con palabras difíciles de la Biblia.

Siempre he preferido la soledad, el alboroto de la juventud me da urticaria; el olor de los viejos me aumenta la miopía; pero Su compañía siempre me había parecido tolerable, hasta necesaria. Un día tornaron su confianza en atribuciones que nunca les concedí, y aprendieron a desmembrar cuerpos: yo mitad por el asco, mitad por el miedo me quedaba en el rincón más iluminado de la habitación y trataba de sofocarlas un poco con tímidos “dejen eso”, “no hagan así”. Siempre se me reían hasta la histeria, algunas tenían voz de hombre y cuando acababan su simulacro de carnicería se encargaban de mí.
Basta. Se han vuelto a dormir.
Les paso el brazo por el cuello; qué ternura. Y aprieto con firmeza. Les voy a cortar el cuello; quiero ver cómo se estremecen en mi pecho; cómo baña su sangre mi cuerpo, cómo lubrica mi crueldad.
No.
Mejor voy a agarrar el almohadón, el de cuadritos, y a la de más allá, sí a vos, la que te has ido al rincón más iluminado de la habitación, te voy a mezquinar el aire, mi aire, para que empieces a mover los brazos casi como alas en vuelo desordenado y te revientes contra la muerte. Yo me voy a reír.
…pero no. Se han vuelto a dormir.
Me levanto, acomodo mi ropa, y me voy. Mañana voy a volver. Además todavía quedan cuarenta minutos para las doce.




mediados de 2010






sábado, 24 de julio de 2010

IN SOLO STRUCTUM



Versame los halagos de tus dedos, tres inhábiles como momias
y durame su mismo tiempo:
dentame.

Se cuelgan de tus hombros, los que siempre eternos,
y dulces son sus bodrios vómitos, ocultos poderes…
sibilame.

Toda su cara, fea cariátide calcárea.
Tu simiente en su panza, si miente,
labiodentame.

Y trabá bien la puerta, cuadrúmano,
que no hay caraunas en toda Camandi,
africame.

Que verseo qué versátil ¿qué versiculas?
vigilá, el piso, el cielo y la alfombra.

Ocluíme.