Me
acerco muy despacito hasta donde están. Las empiezo a mirar con cuidado, a
pesar de que ya las conozco muy bien en cada una de sus posturas, de sus
formas: y otra vez me baja por el pecho ese calor deforme como respiración
leprosa que avanza por mis venas y toma su deliberada rígidez.
Las
sigo mirando, trato de meter medio cuerpo por la puerta, el picaporte frío me
duele en la cintura; ya se han despertado.
Entonces
qué importa, me reconocen al instante, saben que hoy no podía pasar el de 8 a 12 sin asomarme aunque sea sólo
para molestar.
No
disimulo nada, entro y me acuesto ahí también. Son irresistibles, no las puedo
ver más. Saben bailar, saben mirar con la elocuencia propia de los que saben
qué me gusta y qué no; saben pasar sus dedos por mi pelo sin que se enreden
nunca; y también saben ocupar el lugar de otros.
Algunas
noches ellas toman la iniciativa y me sientan en medio de la pieza a oscuras y
traen de sus viajes los mejores dolores envueltos en papel de seda, o me
cuentan las veces que salían a perseguir niños aterrándolos con su altura de
sueños y con palabras difíciles de la Biblia.
Siempre he preferido la
soledad, el alboroto de la juventud me da urticaria; el olor de los viejos me
aumenta la miopía; pero Su compañía siempre me había parecido tolerable, hasta
necesaria. Un día tornaron su confianza en atribuciones que nunca les concedí,
y aprendieron a desmembrar cuerpos: yo mitad por el asco, mitad por el miedo me
quedaba en el rincón más iluminado de la habitación y trataba de sofocarlas un
poco con tímidos “dejen eso”, “no hagan así”. Siempre se me reían hasta la
histeria, algunas tenían voz de hombre y cuando acababan su simulacro de
carnicería se encargaban de mí.
Basta.
Se han vuelto a dormir.
Les
paso el brazo por el cuello; qué ternura. Y aprieto con firmeza. Les voy a
cortar el cuello; quiero ver cómo se estremecen en mi pecho; cómo baña su
sangre mi cuerpo, cómo lubrica mi crueldad.
No.
Mejor
voy a agarrar el almohadón, el de cuadritos, y a la de más allá, sí a vos, la
que te has ido al rincón más iluminado de la habitación, te voy a mezquinar el
aire, mi aire, para que empieces a mover los brazos casi como alas en vuelo
desordenado y te revientes contra la muerte. Yo me voy a reír.
…pero
no. Se han vuelto a dormir.
Me
levanto, acomodo mi ropa, y me voy. Mañana voy a volver. Además todavía quedan
cuarenta minutos para las doce.
mediados
de 2010