viernes, 8 de noviembre de 2013

.II




Yo nunca entiendo 
por qué yo no
Yo nunca 
por Yo;
entiendo que no.

Termodinámica I




L.B, se agradece el ínfimo pero valioso aporte;
y cuando  vayamos a la deriva en balsa
y el tiempo siga sobrando,
 yo te voy a enseñar  japonés.



Que las tardes son aburridas, todavía no ha aparecido la mente brillante que venga a refutar semejante aseveración. Las tardes en el  verano santiagueño se extienden a través del tiempo con pesada fluidez, y el calor nos parece algo tan tangible, que pasar de un minuto a otro conlleva un trabajo pesado, agotador, y sumerge todo en sepia ardiente. Basta mirar las caras de los transeúntes en la calle: el centro se puebla de expresiones de lo más contorsionadas que no se sabe a ciencia cierta si desprecian a los que en el interior de un local asimilan el aire acondicionado sin inmutarse, o si es la expresión de una súplica a algún recóndito dios que se apiade de la ardiente humanidad.
Pero como el calor no pasa de ser más que una banalidad sensorial, y el perfecto lubricante conversacional en los comercios, y otros lugares de encuentros forzados y casuales, no era algo que le preocupara demasiado a Jorge. De hecho, ni siquiera se daba cuenta de la ausencia de toda refrigeración en su pieza. Lo único que podría decirse ventilación era un ventilador de techo, ineficaz como empleado público en sus funciones, que marcaba un sonido particular de metrónomo al servicio del sueño de Jorge algunas veces; y otras al servicio de la exasperación. También estaba la ventana que daba al fondo de una casa prostituida, luego de que sus moradores originales se mudaran a algún barrio del sur, y dejaran sus instalaciones a merced de estudiantes, jóvenes parejas –sin chicos, como lo estipula el cartel A4 de la puerta-, viejos de todas las formas y tamaños, y uno que otro perro. Todo por un módico precio mensual. 
Lo que Jorge en su mente trabajaba a la tarde, en su pieza, no era más que la idea ansiosa de poder verla a Soledad ahí mismo, a su antojo. Desde que habían empezado a andar[1], Jorge no hacía más que pensar en confabulaciones sincronizadas para evitar que ambos se vieran sin problemas: siempre era el clima, el horario de trabajo, la cartelera de cine, el corte de la Belgrano a la altura del Obispado, la guía del teléfono, las marcas de cigarrillos… todo influía, y todo separaba. El estúpido mundo no hace otra cosa más que interponerse, chango, sabía decir Jorge cuando las colmadas casualidades lo superaban.
Entonces miraba por la ventana al cielo enmarcado y veía pasar las nubes de la tarde que ya habían pasado del sepia ardiente a un naranja inmundo, digno reflejo del infierno del centro a las siete de la tarde. Cuando Soledad venga, le voy a decir que ya está… que si no me banca, todo bien, pero que me diga algo – insistía Jorge. Silencio teatral. La pieza y el ventilador.
Era ese momento en el que todo el lenguaje se había asustado y achicado como un nene con miedo, lo hubieran visto temblar; y ni en sus más intrincados pasillos, vericuetos, ni en sus más transitadas calles parecía encontrarse la palabra o la explicación que describiera mejor lo que pasaba por su corazón.[2]
Cualquier cosa que dijera era inexacta, breve y estúpida. Así que se acomodó los pelos de la frente, que los tenía corridos a la derecha, manipuló cualquier vestigio de indignidad de la cara, y la miró a través del vidrio. Siempre que tenía ganas de verla, se posicionaba mejor en la silla del escritorio, y apuntaba la mirada para armar, entre el reflejo interior de los objetos dispersos de su pieza, y las imágenes borrosas del  exterior, su cara.
Solamente él podía pensar que esa coyuntura de elementos se parecía a la cara de Soledad. Pero a sus fines, era la excusa perfecta para la puesta en escena. Imagínenlo, solo, mirando la ventana y tratando de no ahogarse en su estupidez. Sin aclararse la voz, empezaba:
– Yo… Me gustaría que me digas, no, no. Me gustaría que definas [sí, definir queda mejor en este caso quenó, así sepa bien que lo que quiero es que le ponga nombre ah sí] me gustaría que definas, si puedes, porque nunca has sido muy habladora que digamos; qué mala costumbre. Cuándo más espero que te expliques, no te salen más que “mjm”, “bien”, “ok”… ¡Ok! ¿Por qué usas palabras en inglés?... sí, cierto. Bueno, me gustaría que me expliques cuando te pregunto por nue…  un avión…no. Creía que era un pájaro, a esta hora siempre pasa un avión en esa dirección-  ¡bueno!
Observaba impaciente el paso del avión por los escasos metro y medio que delimitaba el campo de visión de su ventana –en ese momento el avión penetraba un ojo de Soledad. Seguía con la vista y en silencio el recorrido lineal, como si fuera un impertinente que se levantara en medio de una conferencia ante una multitud y causara la interrupción enojosa del discurso. El silencio de su pieza acompañaba su sentimiento –el avión salía por la oreja izquierda de Soledad, y hacía mutis por el norte.
– Bien. Decía que me encantaría que me expliques por qué cada vez que nues…no, era “definir”, así había quedado. Igual, si le pido que defina o explique es lo mismo, siempre me contesta cualquier cosa y no me termina de explicar nada, ni definir nada ni lo que sea… sí, sos una muda. Eso, y sin contar que me miras así como ahora, con la cara de “no sé qué hago con éste…” Silencio. La silla,  el escritorio, la mesa de luz, la taza, y el resto de macanas dispersas, parecían empezar a crujir, o a demostrar el hostil bostezo del embole. El sonido de la cerradura volvió a dejar todo en el orden silencioso previo, menos a Jorge, claro:
– Me parece que no deberíamos andar así, vos sabes que no tengo intenciones de que ninguno de los se haga la cabeza con cosas que no son, ni menos que las mentiras…
– ¿Con quién hablas Jorge?- Interrumpió Soledad desde la puerta abierta de la pieza. No se parecía en nada al reflejo del cielo en la ventana con nubes obscenas de la tarde santiagueña. Nada que ver. – Creía que estabas con alguien. Jorge movía los labios en silencio sin percatarse. La interrupción en seco de su discurso había tenido la eficacia de una bala en medio de la frente.

– Qué calor que hace aquí, vamos al centro a tomar algo, dicen que hoy tocan las banditas de Rock Por el Momento no sé qué.
– Sí.
– Dale, te amo. Lo besó a Jorge en la boca, le corrió los pelos de la frente que ahora los tenía a la izquierda y salió en dirección a la puerta de calle.


No sé quiénes son, pero me han dicho que tocan bien, no sé qué hacen, pero me han dicho que está bueno, dicen que tienen un estilo como Sumo, pero parecido a Los Redondos, pero más punk. No sé, debe estar bueno, aparte los chicos de Mecaí Goy Melevanto van a sortear remeras con la foto del Che Travesti para apoyar la Lucha Contra Los Que Están de Acuerdo. Qué cagada que no haya nada de Rolcklore (“yo también te amo, Sole”) porque esos changos hacen música que es un flash, no sé, mezclan bien la zamba con la cumbia. Aparte las letras esas que hablan de Zamora han hecho que nos los dejen tocar en el Festival de la Salamanca Rock. Aunque creo que es porque tocan reggae también…la censura, che. ¿Qué dices? Hablá más fuerte chango.
–…eh…sí…qué calor.





[1] El cronista no se hace cargo de esta palabra, que por insistencia del protagonista prefirió dejarla sin modificaciones. En cualquier  caso, no se hace referencia a una relación que data desde el momento en que estos dos sujetos pudieron lograr sus primeros pasos en el más bípedo de los sentidos, sino que hace referencia a alguna imprecisión semántica en la indefinición de la relación que sostienen –en apariencia- estos individuos.
[2] El cronista prefería asumir un giro menos patético para esta expresión, pero el protagonista señaló que “si le cambias esa frase vas a mentir, porque yo siento así, con el corazón”. Quedan exentos los comentarios cardíacos pertinentes.

So pretexto banal

Tire o empuje no sé cuál de las dos será hoy he salido temprano mañana no va a haber tanto para hacer
chau hasta luego de paso voy a comprar las cosas que Andrea me ha pedido después grita sinó
no hay mucha gente en el centro y eso que es temprano faltaba aceite fideos y algunas cosas para el desayuno té
a Lucas le gustan las galletas dulces y a Micaela el pan criollo a Lucas le gusta jugar al básquet y a Micaela las mujeres qué hago?
Veinticinco con cincuenta no no tengo monedas mejor dame caramelos caldo no
mañana Lucas tiene clases? nunca sé bien con estos feriados movidos
acción poética
listo verde qué hace este tipo? dejáme pasar pues
noche
quiero volver a mi casa rápido quiero volver a mi casa y descansar
descansar del día muy pesado y caluroso
mi hija sigue sin hablarme Andrea sabe pero no me dice qué le pasa
Lucas no está
Hola Andrea aquí están las cosas


…”podemos afirmar que el imputado no se acercó en ningún momento a la víctima, que desafortunadamente se encuentra con vida // y los colores que prefieran ustedes, yo los estoy haciendo en esta tonalidad de rojo que me encanta, ¿ven?; después ponemos los tornillos, amiga, a donde queden espacios libres // para que las orcas puedan aparearse. Es común encontrarse con estos cetáceos en las zonas más cálidas del océano atlántico. Septiembre es la época en que se acercan a la costa para iniciar //  el ajuste en los precios, y el aumento en el impuesto a las ganancias. // Faltan 2987 años para el 3000. // Algunos afirman que este fenómeno tiene sus orígenes en antiguas civilizaciones extraterrestres que cultivaban café en la Antártida, y que aportaron sus conocimientos científicos a los primitivos pueblos centroamericanos, una vez que iniciaron un viaje alrededor del mundo en sus naves teocéntricas. // Padre Nuestro que estás en los Cielos, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu // encanto, y una buena sonrisa: por eso, además te recomendamos las nuevas máquinas de afeitar… // tienen 22 pisos de alturas, y suponen una mejora visual al centro de la ciudad. Se calcula que el costo total de la obra asciende a  // 22 pacientes neuropsiquiátricos intoxicados por la ingesta de medicamentos en mal estado y la deficiente alimentación proporcionada por // el Gourmet.com. //”