lunes, 24 de noviembre de 2014

XV.




Aún si digo sol y luna y estrella me refiero a cosas que me suceden.
¿Y qué deseaba yo?
Deseaba un silencio perfecto.
Por eso hablo.
A.PIZARNIK





Yo intento decir
que hay algo más
allá de todas las cosas
horribles que me dices
mi guerra contra tu
necesidad de no sentir
soy un arma peligrosa si bien
me miras
te miro
perdón, soy de sonrisa
fácil, y afectos sólidos que sé
que no te gustan, perdón
enseñame la facilidad de viento
con que transitas la vida,
enseñame las palabras-martillo
con que destruyes los obstáculos:
seré uno de ellos por el peso que siento
cuando clavas mi nombre
en el silencio de tu imperio del no-sentir
mi guerra
tu no-sentir-me.


Vos hablas todo
el tiempo del no-hablar,
yo desarmo mi silencio en cuanto asomas tu primera letra:
perdón, soy de palabra fácil,
aunque conversación difícil, por eso
te explico que la palabra
silencio es un contrasentido,
porque presencia, porque sonido, no es
entonces silencio
entonces callate, me dices
hablas vos, todo el tiempo
del no-hablar
Enseñame.





domingo, 2 de noviembre de 2014

.XVIII

Que dos treguas me incitan
Que una y otra vez
Que tu nombre me dice todo
y que el mío nada



Que tu nombre de nuevo:
Adivinar quién sos bajo cada letra
todos los días

Veamos, Agustín
Veamos, Gómez
Veamos, palabritas
una bajo la otra
cada vez más abajo,
un verso escalera
hasta que me digas basta


Vos, caminando el mundo
Yo, descomponiendo nombres...

martes, 15 de julio de 2014

Anatema




Y no ha habido más ruido en toda siesta. Esquina de Avenida y Calle Sin Importancia. El remís y la moto. No se aturde agosto con el viento corrosivo de esta ciudad. Basta con el cruce exacto de un remís y una moto. El resultado, por partes:
Las señoras de aquel lado de la Avenida salen como quien sí quieren la cosa. Es la culpa del Gobierno seguramente, que nunca pone demasiados semáforos, o que siempre pone demasiadas esquinas. Se tapan la boca con piedad por los desparramos materiales y humanos. Sus maridos, tan señoras como ellas,  se aproximan más al creciente círculo alrededor de los despojos. Preguntan y ponen en funcionamiento el lenguaje policial, siempre inadecuado, incluso en policías: “occiso”, “masculino”, “pasajeros”, “Aconteció” en lugar de “Ha pasado”.
Sus chicos no salen...no vaya  a ser que vean.
De este lado de la Calle, salen todos: mujeres y niños primero, los hombres después, medio que porque no les queda otra.  Son los que forman el círculo creciente,  esa muralla que se aturde los ojos buscando pedazos de alma en alguna parte desparramada sobre el pavimento. Se dice que buscan alma, porque no hay explicación al extremo cuidado con que los ojos examinan milimétricamente cada sector. Las preguntas son meros accesorios “¿cómo ha sido?”  y los comentarios accesorios de los primeros “seguro ha sido el remís”. Asentimiento silencioso con miradas elocuentes. Vuelven a mirar la escena buscando alma. Aprietan más el círculo que la policía –cuando llegue- va a intentar desarmar.
Los niños recorren el lugar sin mayores impedimentos que los cuerpos cerrados del círculo, pero no importa tanto porque las consecuencias de este ruido que ha matado la siesta están esparcidas en un radio insospechado. Cuestión de mirar con atención. Por allá cerca del lapacho de los Villagra, uno levanta un espejo retrovisor que ha resistido íntegro en su reflexividad, y que extirpado limpiamente del cuerpo original, va a servir de trasplante para alguna invención diabólica de su nuevo dueño. Sin duda. Ese espejo ha visto todo.
Por el medio de la Avenida, están los ojos de la moto. Florencia se acerca con su hermano de la mano y examinan. Discuten en silencio para definir el nuevo dueño. Gana Nico, que por estar más cerca del suelo guarda en su bolsillo el guiño rajado, con una prolongación de cables medulares.
Los del auto, todavía están en el auto. Uno habla, pero no se mueve. El otro no habla, pero se mueve, o lo mueven. No está claro qué. La de la moto está todavía, y está con la cabeza perdida en el cordón de la esquina. No se mueve. De poder hacerlo, habría acomodado siquiera la posición indigna en la que se ha resuelto que se vaya del mundo. Constanza, Doris, Pedro y Julio, la observan. Julio es el menor, debe tener como cinco años, y nunca ha visto un muerto en su vida. Capaz que sospecha la muerte, pero nunca lo ha saludado en la propia esquina de su casa. Se aleja un poco en dirección contraria al cordón y mira la vereda, que brilla con el parabrisas trizado. Julio piensa que son lágrimas que nadie acepta, porque la muerta está lejos de su casa y aquí nadie llora. Vuelve su mirada hacia el cordón. Entre las lágrimas aparecen unos globitos brillantes, de color incierto, parecido al color del helado cuando mezclas todos los gustos de la canastita. Brillan también. Qué es eso pregunta a Pedro que lo ha seguido en sus pasos. Sesos-contestó.

Todavía hoy Julio en el patio de su casa juega a llenar una bolsita de alguna golosina con agua; la suspende en el aire y la arroja con fuerza sobre el suelo de tierra pisada del fondo. Julio lee las marcas dejadas por el agua en el suelo. A veces cuando se sabe solo, agrega un poco de tierra al agua y da consistencia a su explosión. Se detiene un tiempo, y repite la operación en otro sector del patio. La Gringa –nadie sabe por qué-, su madre, lo mira desde la pieza en penumbras. No entiende el juego y tampoco tiene ganas ni tiempo ni plata para entenderlo. Cualquiera diría que no le importa. Julio sabe muy bien qué hace. La respuesta a la pregunta que no le hacen de “¿Qué haces?” es simple: Sesos, diría sin mayor explicación.

miércoles, 12 de febrero de 2014

.VII




¿Cómo se destruye un nombre, sin reventarse –por ejemplo- un ojo?
Hay cosas con las que no se juega,
por eso procedo:
Extraer con pinzas, como muelas, las consonantes más dolorosas;
las que apuntan al 
nervio y provocan el llanto

de los miserables recuerdos pronunciados
aullemos las vocales con el porte de gallo,
y aunque las estrellas con soberbia ancestral no se espanten
figuremos amaneceres tras cada vocal

es por eso que nos dedicamos a la vana tarea
morirte el nombre no está penado
la pena es la poesía



martes, 14 de enero de 2014

Partido en cien y la fiesta





«- des Erynnies nouvelles, devant mon cottage
qui est ma patrie et tout mon cœur puisque
tout ici ressemble à ceci, - la Mort sans pleure
notre active fille et servante, et un Amour désespéré,
et un jolie Crime piaulant dans la boue de la rue. »
A.R


La armonía de los elementos, objetos y seres que conviven en la casa son más que una apariencia; están los intersticios donde habitan y viven todo lo que nosotros no somos capaces de percibir. No hablamos de miedos, no hablamos de amor y otras basuras inconmensurables: simplemente los otros seres que cohabitan. Vamos desde las cucarachas, que en su promiscua convivencia engendran albinas, rengas, tricornias, involables, fanáticas del vuelo...vamos a los mosquitos, chupasangres por defecto, el tamaño no les permite ser feladores ni cunilingüistas profesionales; las leyes divinas y morfológicas son sabias. Otro gallo les cantara. Vamos a los indeterminados: esos que ni siquiera les sabemos el nombre y de tanto en tanto aparecen, ¿Sierra Morena has dicho? Ergo gritan y huyen las mujeres, gritan y tiemblan las virilidades–en su fuero interno, por supuesto; mirá si creen que son putos encima- ¿Sierra Morena? ¿Dónde? Todos las odian... Vacaciones en Sierra Morena; bien podría. Pero para no ser del todo generalizador, aquí las basuras se merecen una distinción, subsubterfugio para su indignidad: están las cotidianas y las de ocasión especial. Estas últimas incluyen a los indeterminados que los vemos solamente en situaciones extremas. El clima arde, cifras inhumanas de temperatura, cifras inanimales de humedad, cifras invegetales de presión: motivos por los cuales desfilan ni bien baja el sol las arañas atómicas: sus ochos patas, una más puta que la otra, abiertas, insinuantes, sin ningún reparo en compartir su fisiología con nosotros -¿qué hemos hecho? Reaparecen las consabidas Sier...no podemos decirlas, no podemos... vamos a contentarnos con que su misión consiste en condensar el asco en un minúsculo cuerpo reptante, además de disolver hogares. ¡Hormigas! Marabuntas... ¡marabuntas en tu propia pieza, infeliz! Te van a comer y no solo la cabeza.  Hay que decir, para aquellas viejas –no octogenarias, viejas son: tipos de 20/30 años; minas de cualquier edad- que no tienen la más mínima intención de pensar, que las hormigas están organizadas: muy  unidas, muy organizadas. Tiemblen, viejas. Mirá cómo te arrasan ¿son rojas?
Pero nadie sabe más que la Ciega Víbora; más inusual que todos los demás, sale cuando ya no queda otra alternativa que morir: la Muerte no se acompaña de perros satánicos, ni de caballos sangrientos; es evidente que la acompaña la Víbora Ciega. Terror. Qué habrá hecho este asco para su decadente existencia. Función: sembrar el terror, anunciar el desastre.
Tenemos que escapar: aquí están luciéndose todos nuestros cohabitantes. Disparemos a la ciudad, Mi Ciudad. Ya que nos hemos subido al tren del progreso, nuestros confines se expanden a velocidades astrales. Somos Alejandro parados al borde de la India. Sí, crecemos, y por eso no vamos a poder describir en su totalidad el paseo, es amplio y concurrido, amigo mío. Tenemos que limitarnos solamente  a un fragmento, sinécdoque de toda Nuestra Ciudad. Vamos, Libertad, entre Belgrano y Entre Ríos. Nos pasa lo mismo, sin tregua, cifras inhumanas de todo, cifras inhumanas de humanos. La Ciudad de Fiesta, fiestas de cumpleaños del Cristo; saludemos, atrevidos. Empalaga el movimiento. Doña Araña sale del agujero de un colectivo por la Belgrano, negra, gigante; el ominoso culo carga con una docena de crías de todos colores y formas (algunos de ellos colores alternativos) y marcha en dirección contraria a la muchedumbre, despectiva desde su más arácnida altura. Negra, correte –le gritan.
La Lunga de Tres Pisos, todos edificados desde la más edificante educación privada, no puede creer que se cruce con nosotros, con ellos. Tiene ojos oscuros, a pesar de su pelo rubio, y tiene lentes oscuros; el sol le debe dañar sus inmaculadas ideas. Distribuye sus pasos hacia la Belgrano, seguro al encuentro de su Torre de Marfil, que le hace sombra, sólo eso. Correte, Culiada- le gritan.
Expedito, tan chico y con sobrecarga de experiencia, mira a todos los que pasan con sus ojos atentos y pegados por una lagaña de Poxi-Ran.  No habla, pero encaja sin rodeos las estampitas. Expedito no avanza a ningún lado. Salí, Pelotudo –le dicen.
Por la derecha están los chinos que te vibran el alma para aliviar las dolencias de la espalda y el bolsillo; a la par, tirando a media cuadra, están los médicos que te vibran el bolsillo, y que te hablan en chino para aliviar las dolencias del vientre.
Pero todavía no llegamos, amigo. Casi sin explicación, hay un Deforme a mitad de cuadra. Se sostiene por su propio desequilibrio morfológico y por una muleta contagiada de su propia condición, si la miras bien, ya es parte constitutiva de su ser, como sus brazos (¿esos son brazos?). No le dicen nada- la gente cruza de vereda.
Una Octogenaria y Monedas cuenta sus pasos hacia la muerte –en dirección a la Belgrano. La vieja produce efecto dique, una masa impaciente  se amontona sin posibilidad de avance y con posibilidad de ser arrollado en el costado de la calle. Miradas de angustia, presión temporal, celulares fatigados de tanto mirarlos, todos son recursos de amparo para el lento progreso de la Anciana hacia la Muerte. Apurate, Vieja, que Éste tiene apuro- dispara un tipo marcándose el paquete en el pantalón. La Octogenaria con los ojos abiertos hasta el fondo de su alma, se empieza a licuar con todas sus monedas y se pierde para siempre en la boca de tormenta; roto el dique, se eyaculan los impacientes en todas direcciones. Vieja Chota – se oye. Sin poder creer el arrebato sufrido, la Ciega Víbora que la esperaba a la vieja en la sombra de la Biblioteca (no le gusta el sol de aquí), espera para cruzar la Libertad cuando pase el próximo ciento doce, justo debajo de sus ruedas autónomas. ¿Qué no entiendes? Todos saben que este es el que te deja en Sierra Morena, que queda pasando los tres canales al sur. Si vamos ahora llegamos temprano. Pero la parada está a la vuelta, amigo, tenemos que volver.
Una segunda Araña sale al sol de un cientodieciocho, estira sus patas. No tiene culo ni hijos.