«- des Erynnies nouvelles, devant mon cottage
qui est ma patrie et tout mon cœur puisque
tout ici ressemble à ceci, - la Mort sans pleure
notre active fille et servante, et un Amour désespéré,
et un jolie Crime piaulant dans la boue de la rue. »
A.R
La armonía
de los elementos, objetos y seres que conviven en la casa son más que una
apariencia; están los intersticios donde habitan y viven todo lo que nosotros
no somos capaces de percibir. No hablamos de miedos, no hablamos de amor y
otras basuras inconmensurables: simplemente los otros seres que cohabitan. Vamos desde las cucarachas, que en su
promiscua convivencia engendran albinas, rengas, tricornias, involables,
fanáticas del vuelo...vamos a los mosquitos, chupasangres por defecto, el
tamaño no les permite ser feladores ni cunilingüistas profesionales; las leyes
divinas y morfológicas son sabias. Otro gallo les cantara. Vamos a los indeterminados: esos que ni siquiera les
sabemos el nombre y de tanto en tanto aparecen, ¿Sierra Morena has dicho? Ergo
gritan y huyen las mujeres, gritan y tiemblan las virilidades–en su fuero
interno, por supuesto; mirá si creen que son putos encima- ¿Sierra Morena?
¿Dónde? Todos las odian... Vacaciones en Sierra Morena; bien podría. Pero para
no ser del todo generalizador, aquí las basuras se merecen una distinción,
subsubterfugio para su indignidad: están las cotidianas y las de ocasión
especial. Estas últimas incluyen a los indeterminados que los vemos solamente
en situaciones extremas. El clima arde, cifras inhumanas de temperatura, cifras
inanimales de humedad, cifras invegetales de presión: motivos por los cuales
desfilan ni bien baja el sol las arañas atómicas: sus ochos patas, una más puta
que la otra, abiertas, insinuantes, sin ningún reparo en compartir su
fisiología con nosotros -¿qué hemos hecho? Reaparecen las consabidas Sier...no
podemos decirlas, no podemos... vamos a contentarnos con que su misión consiste
en condensar el asco en un minúsculo cuerpo reptante, además de disolver
hogares. ¡Hormigas! Marabuntas... ¡marabuntas en tu propia pieza, infeliz! Te
van a comer y no solo la cabeza. Hay que
decir, para aquellas viejas –no octogenarias, viejas son: tipos de 20/30 años; minas de cualquier edad- que no
tienen la más mínima intención de pensar, que las hormigas están organizadas:
muy unidas, muy organizadas. Tiemblen,
viejas. Mirá cómo te arrasan ¿son rojas?
Pero nadie
sabe más que la Ciega Víbora; más inusual que todos los demás, sale cuando ya
no queda otra alternativa que morir: la Muerte no se acompaña de perros
satánicos, ni de caballos sangrientos; es evidente que la acompaña la Víbora
Ciega. Terror. Qué habrá hecho este asco para su decadente existencia. Función:
sembrar el terror, anunciar el desastre.
Tenemos que escapar: aquí están luciéndose todos
nuestros cohabitantes. Disparemos a la ciudad, Mi Ciudad. Ya que nos hemos
subido al tren del progreso, nuestros confines se expanden a velocidades
astrales. Somos Alejandro parados al borde de la India. Sí, crecemos, y por eso
no vamos a poder describir en su totalidad el paseo, es amplio y concurrido,
amigo mío. Tenemos que limitarnos solamente
a un fragmento, sinécdoque de toda Nuestra Ciudad. Vamos, Libertad,
entre Belgrano y Entre Ríos. Nos pasa lo mismo, sin tregua, cifras inhumanas de
todo, cifras inhumanas de humanos. La Ciudad de Fiesta, fiestas de cumpleaños
del Cristo; saludemos, atrevidos. Empalaga el movimiento. Doña Araña sale del
agujero de un colectivo por la Belgrano, negra, gigante; el ominoso culo carga
con una docena de crías de todos colores y formas (algunos de ellos colores
alternativos) y marcha en dirección contraria a la muchedumbre, despectiva desde
su más arácnida altura. Negra, correte
–le gritan.
La Lunga de Tres Pisos, todos edificados desde la más
edificante educación privada, no puede creer que se cruce con nosotros, con
ellos. Tiene ojos oscuros, a pesar de su pelo rubio, y tiene lentes oscuros; el
sol le debe dañar sus inmaculadas ideas. Distribuye sus pasos hacia la
Belgrano, seguro al encuentro de su Torre de Marfil, que le hace sombra, sólo
eso. Correte, Culiada- le gritan.
Expedito, tan chico y con sobrecarga de experiencia,
mira a todos los que pasan con sus ojos atentos y pegados por una lagaña de
Poxi-Ran. No habla, pero encaja sin
rodeos las estampitas. Expedito no avanza a ningún lado. Salí, Pelotudo –le dicen.
Por la derecha están los chinos que te vibran el alma
para aliviar las dolencias de la espalda y el bolsillo; a la par, tirando a
media cuadra, están los médicos que te vibran el bolsillo, y que te hablan en
chino para aliviar las dolencias del vientre.
Pero todavía no llegamos, amigo. Casi sin explicación,
hay un Deforme a mitad de cuadra. Se sostiene por su propio desequilibrio
morfológico y por una muleta contagiada de su propia condición, si la miras
bien, ya es parte constitutiva de su ser, como sus brazos (¿esos son brazos?). No le dicen nada- la gente cruza de
vereda.
Una Octogenaria y Monedas cuenta sus pasos hacia la
muerte –en dirección a la Belgrano. La vieja produce efecto dique, una masa
impaciente se amontona sin posibilidad
de avance y con posibilidad de ser arrollado en el costado de la calle. Miradas
de angustia, presión temporal, celulares fatigados de tanto mirarlos, todos son
recursos de amparo para el lento progreso de la Anciana hacia la Muerte. Apurate, Vieja, que Éste tiene apuro-
dispara un tipo marcándose el paquete en el pantalón. La Octogenaria con los
ojos abiertos hasta el fondo de su alma, se empieza a licuar con todas sus
monedas y se pierde para siempre en la boca de tormenta; roto el dique, se
eyaculan los impacientes en todas direcciones. Vieja Chota – se oye. Sin poder creer el arrebato sufrido, la Ciega
Víbora que la esperaba a la vieja en la sombra de la Biblioteca (no le gusta el
sol de aquí), espera para cruzar la Libertad cuando pase el próximo ciento
doce, justo debajo de sus ruedas autónomas. ¿Qué no entiendes? Todos saben que
este es el que te deja en Sierra Morena, que queda pasando los tres canales al
sur. Si vamos ahora llegamos temprano. Pero la parada está a la vuelta, amigo,
tenemos que volver.
Una segunda Araña sale al sol de un cientodieciocho,
estira sus patas. No tiene culo ni hijos.